22. Prácticas de la alquimia occidental: las tres etapas

Prácticas de la alquimia occidental


La alquimia occidental no tiene un término específico para definir la “alquimia interna”. Se desarrolló a la vez en los ámbitos externo e interno. El lema alquímico que ejemplifica esta circunstancia es “Ora et labora”, es decir: “medita, reza” y a la vez, “trabaja, realiza la Obra en el laboratorio”, tal como se muestra en la Figura 19. 


Esto significa que, al mismo tiempo en que el alquimista cuidaba de su horno y desempeñaba las labores necesarias para obtener sus materias y reacciones, en el interior de su cuerpo y su psique se producían idénticas transformaciones. De la misma forma, el recogimiento y los estados meditativos que el alquimista pudiese alcanzar influirían en el éxito de las prácticas externas en su laboratorio. Ambas prácticas se retroalimentaban.



Figura 19: Grabado de Hans Vredeman de Vries (1527 – c. 1607), que apareció en Amphitheatrum sapientiae aeternae (1595) de Heinrich Khunrath. (34).En él puede verse al alquimista rezando en su “Oratorium”, mientras que al otro lado de la sala se representa su “Laboratorium”. 


La alquimia occidental se ha colado en el imaginario colectivo como una actividad que sirve para crear oro. Multitud de aprendices de alquimia, a lo largo de los siglos, han invertido tiempo, dinero y esfuerzos en unas prácticas de laboratorio encaminadas a convertir el plomo en plata u oro. Para ellos, las capacidades curativas, o el logro de la longevidad, han quedado en un plano menos importante que la transmutación de los metales; tampoco se han preocupado del aspecto espiritual. Los alquimistas llamaban a estos aprendices “sopladores”, porque empleaban sus días en mantener encendido el fuego… con la única motivación de hacerse ricos.


Las prácticas propias de la alquimia occidental se han desarrollado a lo largo de siglos, y están envueltas en el misterio. De hecho, las ilustraciones o “emblemas” alquímicos verdaderos constituyen la forma más directa y simple de acceder a las instrucciones para los procesos. Si se opta por leer los textos, se entiende rápidamente por qué se les llama “herméticos”47


Los mejores libros contienen información fidedigna mezclada con algunos errores intencionados, cuyo único fin es confundir a quienes desean obtener un resultado inmediato sin demasiado esfuerzo. También existen libros cuyos autores entendieron solamente una parte del proceso; y otros que están, simple y llanamente, plagados de falsedad ya que sus autores no entendieron nada y tampoco les importó. Todo esto hace que el estudiante de alquimia desarrolle su discriminación.


Para adentrarse en la alquimia occidental, es necesario conocer, como mínimo, el latín y el griego; leer el hebreo también ayuda. Además, está la cábala fonética o “lengua de los pájaros”, una lengua mística que las aves emplean para comunicar mensajes divinos a los iniciados 48. Parte de la instrucción consiste en revelaciones, que llegan gracias a la intuición. 


Los estados alterados de consciencia, o los mensajes que se reciban a través de los sueños, son fases que hay que buscar y atravesar, tan vitales y sólidas como la preparación de las materias en el laboratorio.


En definitiva, el filtro para convertirse en alquimista consistía en años de estudio de las más diversas disciplinas. Esa dedicación era la garantía de que la personalidad del estudiante se hallaba volcada hacia lo espiritual, y de que su conducta sería tan ética como le fuese posible. Este era un aspecto importante. El hecho de que las prácticas alquímicas externas culminasen en la creación de metales preciosos las hacía muy atractivas, a la vez que peligrosas. 


El alquimista debía, pues, preservar el conocimiento asociado a dichas prácticas, y también cuidar de que sus estudiantes, aquellos a quienes decidiese enseñar, fuesen dignos de obtener y desarrollar dicho conocimiento. Una sola indiscreción por parte de una sola persona podía ser fatal. (28)


Cherry Gilchrist (28) explica cómo se pueden dividir las prácticas alquímicas según la tríada Cuerpo - Alma - Espíritu. Diferentes corrientes han optado por enfatizar una de las tres partes, si bien un verdadero alquimista siempre las tiene en cuenta en su totalidad. La alquimia centrada en la perfección del Cuerpo busca la transformación de los metales y persigue resultados sólidos y materiales. La alquimia que se preocupa más del Alma se centra en las propiedades medicinales y curativas de ciertas materias, sobre todo vegetales. 


Finalmente, la alquimia del Espíritu busca la iluminación, es más mística y meditativa que las otras dos; puede ser calificada de alquimia interna.


En esta alquimia eminentemente espiritual, la forma en que se obtiene la Prima Materia resulta de la persona, del propio alquimista. Su subconsciencia y su autoconsciencia; todo cuanto recuerda, todo cuanto siente, todo cuanto percibe, todo cuanto piensa o cree. Todo va a disgregarse y recombinarse.


En los emblemas alquímicos suelen aparecer dos entidades, Sol y Luna, los principios masculino y femenino, que se unen repetidamente para dar lugar a un nuevo ser, el infante divino. También se representa su unión como un individuo andrógino, compuesto de ambos principios. 


En definitiva, se unen arriba y abajo, correspondiendo a Fuego y Agua, juntándose simbólicamente como en un sello de Salomón. El resultado siempre es una reformulación del alquimista, de forma que se transforma en algo diferente: en eso consiste la creación de la Piedra Filosofal. 


El proceso es alambicado y difícil. Se conduce desde el Azufre, desde la autoconsciencia, desde la voluntad consciente, desde el anhelo, pero en última instancia, se termina desde el Mercurio, desde la superconsciencia transpersonal, desde el “que sea lo que Dios quiera”. Para ganar en consciencia hay que rendir todo aquello que no sirve, y transformar el resto. 


Por el camino, se adquieren dones y habilidades que exceden a los del humano, de los cuales es mejor no hacer uso, y jamás alarde. La Piedra Filosofal permite al alquimista convertirse en un filósofo iluminado. Citando los versos 8-10 de la “Tabla Esmeralda” (40): “Así tienes la gloria del mundo entero, por eso toda oscuridad huye ante ti. Esta es la fuerza fuerte de todas las fuerzas, venciendo todo lo sutil y penetrando toda cosa sólida. Así fue creado el mundo.”



Las tres etapas de la alquimia interna occidental


Antes de empezar el proceso, hay un paso previo: se hace hincapié en la purificación del estudiante. Esto significa que no cualquiera es apto para acometer la Obra alquímica. Igual que no todos los individuos pueden, en un momento dado, aprender cálculo infinitesimal, si no manejan ni han integrado una serie de conocimientos previos, tampoco todos pueden empezar los procesos alquímicos. 


Se necesita una cierta organización previa de la propia personalidad. Hace falta conocerse, saber cómo es y cómo está la propia autoconsciencia, la subconsciencia; sin autoconocimiento no hay manera de lograr la transmutación. La personalidad debe haberse desarrollado, de forma que se pueda, después, soltar. 


La primera fase de la alquimia interna occidental consiste en descubrir la Prima Materia, es decir, el material a partir del cual se irá realizando toda la Obra. Los que han pasado por este procedimiento afirman que no se trata solamente de un concepto, sino de una realidad, no por interna menos real. 


Esta Prima Materia, la única materia necesaria para completar la totalidad de la Obra alquímica, deberá ser pulverizada y mezclada con el llamado Fuego Secreto, que podría identificarse con la voluntad del alquimista, que arde en deseos de progresar en el camino. Se ha descrito este Fuego como “un agua seca que no moja las manos, un fuego que arde sin llamas”. 49


Metafóricamente, se insiste en que esta operación se haga dentro de un recipiente hermético en el horno o athanor, pero sin quemarlo, sino con un calor moderado y templado. En la Prima Materia se hallan los dos principios: uno solar, caliente y masculino, y otro lunar, frío y femenino. Van a luchar entre sí, envenenarse el uno al otro, matarse, pudrirse en su veneno y finalmente resurgir bajo una forma mejor y más noble.


¿Qué significan estas metáforas? El alquimista comienza la Obra con lo que él es, y dispuesto a disolverlo. “No hay generación sin corrupción”. 50 Su subconsciencia y su autoconsciencia deben desintegrarse, guiadas por el anhelo de unión con Dios. Comienza una carrera, donde los esfuerzos van encaminados a la disolución de los errores. Para unirse con el Uno, hay que unificarse, y la personalidad humana suele reflejar la lucha de los opuestos, más que su complementariedad y entendimiento. Eso es algo que cambiará poco a poco.


Aún no se conoce lo que habrá al otro lado de esa muerte, pero se busca igualmente; esta fase es el nigredo. Termina cuando todo lo que debía ser destruido, todo lo que luchaba erróneamente por seguir separado del Espíritu, se ha desmoronado. 


A partir de aquí se abren posibilidades que antes no existían. Las muertes también son partos. Se necesita morir para que nazca algo nuevo: la Piedra Filosofal.


La segunda fase de la alquimia comienza cuando se distinguen unas estrellas en la noche negra. Aparece el llamado Mercurio de los Sabios, un influjo que provoca una serie de movimientos dentro del metafórico recipiente alquímico: una ascensión de lo volátil, seguida de un descenso. 


Las partes más densas, que quedaron en la parte inferior del recipiente, reciben esta influencia y se iluminan progresivamente. La luz se percibe descompuesta en colores, llamados “la cola del pavo real” por sus tintes irisados, y en forma de blancura intensa: es la fase blanca o albedo. La temperatura del horno ha ido subiendo poco a poco.


Cuando la materia que hay dentro del recipiente culmina la etapa del albedo, se ha purificado 51 en gran medida, se ha volatilizado, se ha espiritualizado. En buena parte, esto se refiere a la autoconsciencia del alquimista. Sus percepciones, su atención, su concentración consciente, se vuelcan hacia el Espíritu. Su Alma no mira hacia abajo, mira hacia arriba. Está lista para iluminarse. Ha conseguido desarrollar su receptividad en el sentido correcto: hacia Dios.


En este punto, el Alma es un útero potencial para el Espíritu, con el fin de dar a luz a la Piedra Filosofal. Se representa esta fase como una dama vestida de blanco (ver Figura 15).


En la tercera fase, se produce otra unión. Es un reflejo, a nivel superior, de lo que sucedió en la primera fase. Los principios masculino y femenino se vuelven a unir pero, como se han purificado y espiritualizado, su unión es más perfecta. No hay lucha. Son las Bodas Alquímicas 52. El horno incrementa metafóricamente su temperatura, porque la materia está lista para su transformación definitiva.


El Espíritu es fijado: la Piedra Filosofal se completa cuando se concreta, cuando se le da forma. Se vuelve roja: es el rubedo. Aparece una tintura de color bermellón que tiñe la Piedra. También se suele describir el proceso como si se sangrase sobre ella. Una de las imágenes que se emplean es la de un pelícano, que se autolesiona para alimentar a sus polluelos con su propia sangre. También se representa como un rey vestido de rojo (ver Figura 16).


En la Figura 20 se representan multitud de procesos alquímicos. En el centro, se encuentra el alquimista, reconciliando los opuestos con su abrigo de luz y oscuridad y un hacha en cada mano. A su derecha, está el Sol y a su izquierda, la Luna. Bajo la Luna, se ven dos esferas con los elementos Tierra y Agua; debajo el Sol, están el Aire y el Fuego. Son los Cuatro Elementos. A su alrededor hay siete árboles grandes; cada uno lleva el símbolo de un planeta. Son siete formas de energía que, en el alquimista, están en armonía, regidos por el Sol, dibujado en la posición superior.


Figura 20: En Opus Medico-Chymicum (1618) de Johann Daniel Mylius (c.1583-1642) aparece esta ilustración, un auténtico compendio de los elementos y fases de la Gran Obra. Reproducida en Alquimia y Mística de Henry Roob, p.377. (29)


En el cielo aparecen multitud de círculos, con otros tantos símbolos. Hay siete estrellas grandes sobre fondo oscuro: de nuevo, los Siete Planetas. Hay una secuencia de pájaros: el cuervo (nigredo), el cisne (albedo) y el dragón alado con cabeza de gallo, el pelícano y el fénix (representando el paso del albedo al rubedo y, finalmente, la capacidad de resurgir de las propias cenizas, es decir, el acceso a la inmortalidad). 


En la cúspide, aparece el Tetragrammaton, cuatro letras en hebreo que nunca se pronuncian, y que representan un aspecto especialmente emisor y luminoso de Dios. A un lado de יהוה hay un cordero, al otro una paloma; juntos representan el aspecto Padre, Hijo y Espíritu Santo, referencia a la Trinidad.


El alquimista está directamente conectado con las ruedas que están por encima de él. En eso consiste la Obra; todas estas operaciones, todos estos procesos son necesarios para realizarla. El alquimista no flota por encima de las nubes, sino que encarna y materializa lo divino en el mundo.


47 De Rola, p.8. (30)


48 En el Llibre d’amic i amat, (35) Ramon Llull, alquimista además de literato y matemático, escribe: “Cantava l’ocell dins el jardí de l’amat. Arribà l’amic, i li digué a l’ocell: – Si no ens entenem per llenguatge, entenguem-nos per amor, perquè en el teu cant es representa als meus ulls l’amat”. Traducido: “Cantaba el pájaro dentro del jardín del amado. Llegó el amigo, y le dijo al pájaro: – Si no nos entendemos por lenguaje, entendámonos por amor, porque en tu canto se representa a mis ojos el amado.” El amado es Dios, lo eterno, a lo cual el amigo aspira; el pájaro es el mediador entre lo divino y lo humano. Los mensajes que trae el pájaro con su canto se decodifican si el amor del amigo es verdadero y, de ese modo, accede a la representación de Dios en sus ojos.


49 De Rola, p.21. (31)


50 De Rola, p.23. (31)


51 Lyndy Abraham lo explica en su diccionario de términos alquímicos, p.5. (36)


52 Esta operación da nombre al libro fundacional del rosacrucismo, Las bodas alquímicas de Christian Rosacruz (37), que explica en detalle el proceso alquímico de forma novelada.




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