4. El Tao, el camino



El propósito de la alquimia interna taoísta es la unión del alquimista con el Tao. El término “Tao” se ha traducido como “camino” (1) o “vía” (2). Por tanto, la misma palabra hace referencia más a un proceso que a un resultado. Se trata del camino “que se atiene a la menor resistencia”, el más adaptable, el que es capaz de situarse en una posición receptiva (3). Como el discurrir del agua, siempre busca el recorrido que le permita deslizarse continuamente hacia abajo, sin enfrentamientos, con el mínimo desgaste pero sin vacilación:

“Nada hay en el mundo tan blando como el agua

y nada tampoco que, como ella, venza a lo duro.”

Así pues, la vía taoísta pide que quienes la quieran practicar estén dispuestos a rendirse, como se rinde el agua ante un desnivel. Esto podría parecer un exceso de pasividad. En realidad, se trata de una paradoja, y el taoísmo está lleno de ellas: unirse conscientemente con la pasividad de la naturaleza no es, en absoluto, un proceso natural para el ser humano. Es un camino de vuelta, más que de ida. Es un arte, más que un automatismo.

El taoísmo surgió antes que el término que lo designa. Los fundadores del mismo, en torno al siglo IV a.C., no se identificaron como “taoístas”. Con el discurrir de los siglos, el taoísmo acabó definiéndose como una religión. Aunque para el taoísmo, la alquimia taoísta, y la medicina china clásica, los “Tres Tesoros” se refieren a jing, qi y shen, (ver la sección 12 "El Tres: Los Tres Tesoros, Cielo-Hombre-Tierra"), en el denominado “taoísmo religioso” se habla de ellos para referirse al Tao, los clásicos y el maestro.  Es decir que, llegados al siglo II d.C., el taoísmo ya había adquirido un carácter más institucional. Para ser considerado taoísta, no solamente había que buscar el Tao, sino también leer las obras consideradas clásicas, con la mediación de un maestro.

Asimismo, se empezó a hacer la distinción entre confucianos y taoístas. Eso no implica que hubiese ningún enfrentamiento entre ambas corrientes en su nacimiento, como lo demuestra el hecho de que, en los clásicos taoístas, se citase repetidamente a Confucio como maestro, sin distinguirlo de los maestros taoístas. Sí es cierto que los confucianos pusieron el énfasis en el encaje armonioso del individuo dentro de la sociedad, mientras que el taoísmo puede existir en ausencia de la misma, concentrado en el Camino.

Se dice que el taoísmo podría tener su origen “en el mundo chamánico de la China predinástica” (3). En contacto con la naturaleza, y observando los fenómenos naturales con suma atención, los sabios taoístas comprendieron que todo tenía su camino, y que era mejor no obstaculizarlo. El taoísmo no aspira a dominar la naturaleza, sino a habitarla, a adaptarse a ella. Hoy día, se llamaría “conciencia ecológica”, pero es una actitud que va mucho más allá de querer preservar el medio ambiente. 

Partiendo de la atención respetuosa hacia los fenómenos y las criaturas, el taoísmo llega a la noción de aquello que no puede ser expresado, explicado, definido. Para apresar el concepto de Tao, habría que poderlo mirar desde un lugar que no existe: “una mano no puede asirse a sí misma” (3).

El Tao es como el Cero en matemáticas: da sentido al resto de los números, y es necesario para que las operaciones algebraicas se sostengan, pero es difícil de comprender. El Cero es la nada; sin embargo, es una nada fértil, llena de todo lo que puede suceder.

En este sentido, el Cero y el infinito se tocan. Comparten la paradoja de existir, pero ser inexplicables. El Cero subyace a cada número, está entre cada par de números, se lo puede situar tanto al principio como al final de una suma. El infinito es lo inconmensurablemente grande y, asimismo, lo infinitesimalmente pequeño; por lo tanto, cualquier realidad numérica puede ser dividida hasta el infinito. Pensar en esto durante periodos prolongados ha acabado con la cordura de algunos matemáticos (4). Sin embargo, es una buena forma de acercarse a la noción de Tao, porque obliga a la mente a doblarse en direcciones inesperadas, a tomar giros nuevos.

Un concepto clave del taoísmo es el tzu jan, aquello que sucede “por sí mismo”, naturalmente, sin esfuerzo y sin que haya que darle instrucciones. El cuerpo humano tiene esta cualidad, ya que no es necesario aleccionar al corazón para que lata, ni a los pulmones para que ventilen. Asimismo, los fenómenos naturales participan de ella. El Tao también funciona de esta forma: por sí mismo (3).

La cualidad de funcionar por uno mismo se considera digna de confianza. Se trata de una característica que unifica sin necesidad de que exista el control externo. El cuerpo es dócil a esta forma de funcionar, pero la mente humana no lo es tanto. 

Otro concepto importante, relacionado con el tzu jan, es el wu wei. Se ha traducido como “no forzar”, “no interferir”. Erróneamente, se ha traducido también como “no acción”. No se trata de no actuar, o de querer actuar y no hacerlo: al contrario. La acción emprendida debe ser lo más precisa y pura posible. Debe surgir por sí misma. En ese sentido, estará más cercana al Tao. Tendrá en cuenta a la naturaleza, la reconocerá y la respetará. No intentará forzar nada, no interferirá con los demás fenómenos.

Los humanos pueden visitar un bosque y dejar tras de sí un reguero de pistas que indican que estuvieron allí: marcas en la vegetación, residuos, huellas. Si alguien quisiese adentrarse en un bosque teniendo en cuenta el wu wei, usaría los caminos justos, sin pisar más hierbas de las necesarias. No cortaría cualquier flor porque sí, sino precisamente la que fuese idónea para sus necesidades. No dejaría residuos que el bosque no pudiese reutilizar e integrar. El error no es visitar el bosque. Es hacerlo sin prestar atención ni consciencia a lo que uno está haciendo, actuando de cualquier manera, interfiriendo.

A continuación se repasan los textos más emblemáticos del taoísmo: el Daodejing es el más conocido en occidente; el Yijing se ha popularizado como oráculo; y el Zhuangzi y el Liezi aportan matices maravillosos.





1 Alan Watts (3) p.11, citando el capítulo 78 del Daodejing.

2 Confucio, o Kong Zi (c. 551-c.479 a.C.), fundador de la corriente del confucianismo, postulaba la importancia de Al Tao, pero también de la humanidad, la justicia, la responsabilidad y el altruismo.

3  Georg Cantor (1845-1918) buscaba el número cardinal más grande de todos cuando se dio cuenta de que, para cada conjunto de números cardinales, por gigantescos que fueran, existía un número mayor que los contenía a todos ellos. Este proceso podía repetirse, obteniéndose cada vez otro número que abarcaba a los anteriores, como muñecas rusas. Cantor concluyó que en cualquier sistema existe algo que no puede ser percibido desde el mismo sistema, pero que lo engloba. Cantor lo llamó Dios. Lao Zi lo hubiera llamado Tao. 

Kurt Gödel (1906-1978) enunció los “teoremas de la incompletitud”, según los cuales un sistema no puede probarse por sí mismo, sino que es necesario estar fuera del sistema para poder demostrar proposiciones del mismo: para actuar sobre un nivel hay que estar en otro superior. Es la misma noción taoísta de que “una mano no puede asirse a sí misma”.

Tanto Cantor como Gödel tuvieron serios problemas mentales hacia el final de sus vidas.




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